lunes, 2 de septiembre de 2013

Cartas de un hombre muerto


por: axen

Director: Konstantin Lopushansky
Producción: Estudios Lenfilm
Guión: Konstantin Lopushansky, Viacheslay Rybakov, Boris Strugatsky
Director de Fotografía: Nikolai Pokovtzev
Decorados: Elena Amchiskaya, Viktor Ivanov
Música: Alexandr Zhurbin, con temas de Gabriel Foure y Olivier Messiaen
Interpretes: Roland Bikov, Svetlana Smirnova, Jossif Ryklin, Viktor Mikhailov, Alexandr Sabinin, Vatlav Dvortjetzky, Vadim, Lobanov, Nora Griakalova, Vera Mayorova.
U.R.S.S 1986, Souscope, virado al sepia y color.


Una catástrofe nuclear ha cubierto el mundo. Luego de producirse un error en la manipulación de un computador, el planeta tierra ha quedado reducido a ruinas. Larsen, un científico cibernético, se siente culpable por la debacle ocurrida puesto que sus descubrimientos fueron utilizados por los militares para satisfacer sus intenciones guerreristas. Ahora, junto a su esposa Anna, ha ido a refugiarse en el sótano de un museo, donde también se encuentran otros supervivientes.

Poco a poco la angustia se va intensificando entre los refugiados y los niños que allí se encuentran, prefieren el silencio como la más reveladora respuesta.
Larsen retorna a la superficie en busca de su hijo que ha quedado perdido, pero sólo puede confirmar el horror y la soledad que ha envuelto todo; entonces, prefiere escribirle una carta para contarle lo sucedido.

Posteriormente, quienes todavía conservan el poder de algunos medios tecnológicos, realizan una selección de personas para enviarlas al Bunker Central donde serán resguardados por 30 años. Las personas que no hacen parte de dicha selección, son los niños y los ancianos, quienes quedan expuestos a la muerte por radiaciones. Es cuandoLarsen, decide seguir al lado de los niños para mantener la esperanza de salvación del mundo, mientras aquellos salgan y caminen con paso firme.

La sombra de la catástrofe parece haber acompañado desde siempre a los grupos humanos. La literatura y los relatos sagrados, dan buena cuenta de la manera como el hombre ha vislumbrado su propia destrucción. Apocalipsis, cataclismos, diluvios, “explosiones creadoras”, han sido metáforas constantes en la construcción de identidades históricas de los pueblos. A menudo, la caída se ha hecho más evidente debido al propio accionar humano, preocupado por el deseo de acumular medios de producción, y desentendido de la repercusión que ello tenga en la sostenibilidad del planeta.

En Cartas de un hombre muerto Lopushansky nos presenta una sociedad que ha llegado al fondo del abismo. La suerte ha determinado el triunfo de la acción caótica. Ante tal situación, es preciso preguntarse por la culpabilidad de cada cual en la consumación de la debacle. En efecto, Larsen aparece como el humanista que acepta su culpa pero que no se queda lamentándose, sino que busca construir nuevas utopías. Sus reflexiones están cargadas de reclamos, de enjuiciamientos, de llamados de atención hacia las futuras generaciones.Rolan Bykov, encarna con maestría el papel de Larsen. Su fuerte personalidad y su larga trayectoria en el Teatro de la Universidad de Moscú y en diversos filmes (como actor y como director), le dan gran confianza para asumir la metamorfosis y representar al científico con gran altura.

El virtuosismo técnico que le imprime el equipo de producción a la película, es una clara muestra del alto nivel desarrollado por la escuela soviética. Desde el primer plano (detalle de la intensa luz de una bombilla) la cámara inicia un periplo sumamente revelador, a la manera de un testigo que muestra la realidad de los horrores, sin recurrir a otros artificios. Los sutiles encuadres y las diversas tonalidades que explora, no están dirigidos a generar complicadas interpretaciones de la imagen, sino a desnudar la crudeza de la propuesta conceptual. El barro, los escombros, el polvo y los cadáveres, son retratados por la cámara con tal sobriedad, que parecieran imágenes documentales, las cuales están montadas con planos alternados de interiores, donde se vive la zozobra de la espera, del mutismo, de la catalepsia, de la afasia.

Sin duda, la labor de los decoradores y demás escenógrafos es valiosísima, pues con chatarra y tierra arenosa crean el ambiente idóneo para remitir a la destrucción que ahora domina el globo terráqueo.

De igual forma, la banda sonora es expresiva del proceso caótico que acompaña la imagen; hay distorsiones, estridencias, gritos, explosiones, cantos corales, voces con resonancia, y un reiterado fondo con obras de Gabriel Fouréy Olivier Messiaen.

Asimismo, la propuesta narrativa es cercana al estilo presente en los textos de Harry Harrison. No está sobrecargada de recursos prosaicos. La presentación temática es directa, contundente, sencilla; lo cual no supone que, tanto el cinematografista como el escritor, lleguen a tocar con profundidad, problemas referentes a la estupidez humana que avanza en su autodestrucción.

Por lo tanto, Larsen no sólo representa al científico desalentado por su propio accionar sino a toda la especie humana, responsable por acción u omisión de los continuos desastres. Él vive su propio drama por su esposa Annaenferma de muerte y por su hijo extraviado, a quien le escribe una carta a lo largo de la película. Dicho texto trasluce la impotencia del ser, que ve cómo el presupuesto racional de una “sociedad de bienestar” no alcanzó para satisfacer las más importantes necesidades del proyecto humano. Desde el inicio de la carta, Larsen da a conocer las intenciones científicas que lo mantuvieron investigando: “Yo propuse otra unidad de tiempo: el crepúsculo”, la fuga de los condicionamientos a través de la penumbra, pero ahora, ya no hay unidad de tiempo. Es conciente que el diálogo que está estableciendo con su hijo es “de muerto a muerto, es decir con franqueza”. Ya no queda nada por ocultar, pues se esfumó hasta la transparencia del crepúsculo. El día se hizo un fuego devorador y la noche trajo la frialdad del desarraigo.

Larsen no puede callar. Señala cómo fue que se consumó el descenso: “Las ambiciones políticas adquirieron un carácter de ambición paranoica... El arte se hizo por completo antihumano y en vez de educar, embriagaba, favoreciendo los gustos más viles”. Todo “¡Ha sido una equivocación!” concluye, con la angustia de quien acepta su cuota de responsabilidad, a la vez que denuncia el proyecto global que le sirvió de soporte.

Posiblemente, el género humano estuvo condenado de antemano a construir su propia tragedia tratando de alcanzar lo inalcanzable. Sin embargo, Larsen proyecta su esperanza en los niños que le acompañan en el sótano del refugio, ubicado bajo un museo – la historia de la humanidad ha quedado reducida sólo a la memoria que conserva el museo, cuyo destino también es la destrucción –. El encargo para los niños es: “Váyanse y caminen hasta que se les agoten las fuerzas, porque el hombre que camina siempre tiene esperanza”.

El filme cierra con un plano general de los niños que han salido al exterior y caminan cogidos de la mano escalando una densa montaña de nieve. Los créditos finales hacen un llamado a intelectuales como Einstein, Russell, y los espososCurie, para que intercedan con posiciones conciliadoras ante los gobiernos que, en su afán productivo, han agravado la existencia.


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